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Para todo aquel que no entienda por qué unos pocos tomamos camino hacia el norte edición tras edición voy a intentar explicarle: ir a Rafel a jugar es como viajar en el tiempo a la cárcel en la que se inventó este deporte, a soportar las peores temperaturas de todo el año, a jugar en una sola pista oscura a la intemperie y a rodearte de gente que procede de los peores barrios de pueblos sin ley.

Pese a ello, en cuanto llegas allí y el alcaide Mercader te da tu uniforme de rayas sabes que la condena va a ser perpetua y no dejarás de acudir a la cita salvo permiso por paternidad o recomendación médica. Como es lógico, en el polideportivo Paco Camarasa te comportas como el recluso en el que te has convertido: fumas, apuestas, bebes vaqueritos (nótese que aún no se da por concluido este debate) y te amotinas. El levantamiento de este año ha sido de los más sonados y en él algunos de los reos exigían su reprobable derecho a cena con los colegas. Las proclamas eran del estilo “Yo me tengo que ir ya que he quedado. ¿Quién puede jugar ahora?”, y a espaldas de los carceleros cambiaron el cuadro y los enfrentamientos para ejercer ese privilegio, zanjando el tema la Organización con un “feu lo que vos done la gana”.

Como en toda prisión que se precie, las jornadas giran alrededor del momento del rancho. Es importante cargar fuerzas y la proteína es fundamental, ya sea en forma de morcilla, panceta, arroz o carrillada siempre bien untado de ajoaceite por si se llega al quinto juego.

Otra clave para el éxito es la hidratación y sobre ello esta vez Belda nos dio una clase magistral. Nos enseñó que el agua es dañina, por eso solo se enjuagaba la boca con ella sin llegar a tragar y su lugar lo ocupó la tónica, brebaje que no solo aumenta la potencia en las piernas si no también afina la vista.

Gracias a eso se convirtió en el árbitro que todos pidieron para sus partidas y no hubo let ni stroke con el que los jugadores no estuviesen de acuerdo, llegando incluso a aplaudir con sus raquetas contra el cristal. Tan bien lo hizo y tantas partidas pitó que acabó exhausto, acusando tanto el esfuerzo que no pudo dar el 100% en su final de consolación contra el policromático Martos, que estrenó modelos poniendo cruces nuevas en el lado fluorescente de la pantonera. Esto pareció emocionar a los asistentes ya que mantuvieron los ojos vidriosos de principio a fin de sus partidas.

Si algo distingue este penal del resto es su pista, que iguala niveles de los que en ella entran, les hace apretar los dientes, inclinar más los ángulos de sus bisagras y los mide por su coraje y determinación. De entre todos el que más ha tenido es Xisco Zafra, flamante dueño del cinturón de campeón tras deshacerse por el camino de rivales tan duros como David García, David Suárez o su pesadilla Paco Palomero con el fantasma del xiscazo siempre cerca. Para la final le quedaba Oscar Colado, el recuerdo de los anteriores tres intentos de evasión fallidos y el vacile de su amigo Genís en la distancia. A todos ellos los venció a base de fe, piernas, talento y el ánimo de sus pequeños secuaces, que no dudaron ni un momento de su papá y levantaron orgullosos los trofeos conseguidos.

El tercer puesto fue para Goyo Benito, que salió del corredor de la muerte del squash 57 para recordar a todas las bandas que para ser alguien entre estos barrotes hay que medirse primero con el viejo lobo, que aún herido de una pata sigue manteniendo los colmillos afilados.

Destacar a otros como Iván Colado, que vio reducida su condena por (excesivo) buen comportamiento, a Paco Palomero, que no se dejó “deslumbrar” por su amigo Martos y fue el ideólogo y responsable en la sombra de la revuelta y a Vicente Moreno, que por ser sospechoso habitual acabó como cabeza de turco, bailando con las más feas y condenado por crímenes que no había cometido. Dice ser inocente. ¿Será cierto por una vez?

Se despide este cautivo arrepentido poniendo palitos sobre esta celda para contar los días que quedan para el próximo torneo.

Y, mientras tanto, Anacleto...

Salut i Squash.